domingo, octubre 23, 2005


37.
Le estoy dando de fumar a un tipo en el baño del Waio´s sin decir nada. Lo desagradable del asunto es que le estoy dando de fumar cogiendo el wiro por la mitad mientras él orina. Mis dedos chocan con sus labios y el tipo al que le doy de fumar en el baño del Waio´s tiene un aspecto terrible. La cara alargada y su pelo seco, lleno de mechones que se le caen a ambos lados.
Dejo de darle de fumar y guardo en mi bolsillo lo que queda del wiro.
- Oye -dice el tipo, que todavía no ha dejado de orinar-. No seas tan malo, convídame un poco.
- Ya lo hice.
- Acabo de llegar de Cuzco -dice.
- ¿Y?
- Acabo de llegar de Cuzco, hermano -dice, esta vez con un acento extraño-. No sabes lo caro y lo difícil que es conseguir allá...
- ¿En serio?
- Sí, hermano...
- Toma -le digo después de un rato, cuando ha dejado de orinar y se ha subido el pantalón.
- Gracias, hermano -coge lo que queda del wiro y lo prende-. Una pregunta más, causita: por casualidad, ¿te llamas Oscar?
- No. Nadie se llama Oscar aquí -le digo.
Cuando salgo del baño tengo la extraña sensación de haber sido violado mentalmente. Pero aquella sensación desaparece cuando ubico a Carolina sentada dándole la espalda al enorme espejo del bar.
Ella me pregunta:
- ¿Te sientes bien?
- Nada más un tipo en el baño...
Cuando estamos afuera, llevo a Carolina tomada de la cintura por el malecón de Barranco. Luego le empiezo a besar el cuello y las yemas de mis dedos recorren su piel por debajo de su blusa. Carolina dice:
- Creo que es hora de tomar un taxi.
Pero es demasiado tarde.
Por el malecón de Barranco pasan ambulantes que venden todo tipo de cosas: cigarrillos, caramelos, condones... Y entre las sombras, logramos distinguir otras parejas que se besan y transan gemidos por igual. Y de un momento a otro siento que alguien habla de mí y dice cosas, como una especie de narrador omnipresente que sólo puede ser Dios. Y es cuando logro escuchar con claridad (mientras toco los senos de Carolina, y busco sus pezones, y ella se encuentra en una especie de transe) que alguien dice cosas sobre mí en esta situación.
Pero todo resultan tan confuso y emocionante al mismo tiempo que subo la camisa a cuadros de Carolina y subo su sostén y me encariño con sus tetas. Son tetas más o menos grandes, con caída, lo suficientemente grandes como para comerlas y adorarlas. Y todo está tan oscuro que bajo una de mis manos hasta el borde de su pantalón e introduzco mis dedos dentro de ella. Nadie dice nada. Todo empieza a cobrar sentido. Hasta que vuelve aquella voz diciendo cosas sobre mí. Y Carolina, después de que he sacado mis dedos de debajo de su pantalón, y después de que he percibido otra vez el olor de las mujeres, me empieza a abrazar todavía con más fuerza que antes y a decir: te quiero, te quiero sólo para mí.